El enemigo en su pertinaz intento por robar nuestras bendiciones, matar nuestra fe y destruir nuestra relación con Dios, nos golpea todas las mañanas, incluso antes de que coloquemos los pies en el suelo. Una de las estrategias más ominosas del maligno es atacar nuestra propia estima, ese concepto que tenemos de nosotros mismos cuando nos miramos al espejo, susurrándonos al oído frases de fracaso y desesperanza.
No caigamos en las trampas del enemigo, no creamos en sus mentiras. Pensemos en lo maravilloso que resulta levantarnos y salir de la cama sin odiarnos a nosotros mismos, sin pensar en lo que pudo haber sido, pero no fue, dejando de llorar por un ayer que no regresará jamás. "«Olviden las cosas de antaño; ya no vivan en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados" - Isaías 43:18-19 NVI
Que el enemigo no nos recuerde los errores que cometimos el día anterior. Dios no te quiere perfecto, Dios te quiere arrepentido y comprometido. El plan del enemigo es hacernos creer que nuestro valor está basado en lo que hacemos y nos mantiene enfocados en nuestras faltas y defectos. Satanás quiere que seamos unas personas inseguras y que tengamos una opinión pobre de nosotros mismos.
Recuerda, fuiste creado por Dios a imagen y semejanza suya. Si haz aceptado a Jesús como tu Señor y Salvador eres llamado hijo de Dios y coheredero con Cristo.
Eres hijo del Rey de reyes y Señor de señor. Dios no se equivoca. Dios es bueno... siempre.
“El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.” (Juan 10:10 NVI)