8. No Puedo Ver
En el capítulo 8 de libro de Marcos, el evangelista nos relata la historia del ciego de Betsaida que fue sanado por Jesús. Primero lo tomó de la mano y lo sacó del pueblo, luego de colocar saliva en sus ojos e imponerle manos, Jesús le pregunta a aquel hombre “¿puedes ver ahora?” (Vr. 23), y el hombre con esfuerzo abrió sus ojos pero vio todo borroso. Entonces, Jesús tocó los ojos del hombre nuevamente, y con este segundo toque fue completamente restaurada y sanada su vista, “(…) y comenzó a ver todo con claridad.” (Vr. 25). Finalmente, Jesús envió al hombre a su casa, no sin antes advertirle “No vayas a entrar en el pueblo” (Vr. 26).
En nuestra vida, todos hemos pasado por algún momento de ceguera espiritual. Algunos nacimos ciegos para luego ser tocados, sanados y transformados por nuestro Señor Jesús, otros nacimos en Cristo y aun así tuvimos vista borrosa, otros aun cuando teníamos una visión espiritual 20/20 fuimos deslumbrados y cegados por el mundo, y otros tantos, fuimos cegados en algún momento por el dolor.
La ceguera espiritual nos hace difícil confiar en Dios para nuestro futuro y empezamos a creer solo lo que las circunstancias nos ofrecen. Pensamos que nuestra vida presente es un desierto árido y seco del cual no vamos a salir. Escupimos arena y creemos que no hay solución. Nos dejamos convencer del enemigo quien solo se concentra y trabaja noche y día para taladrar nuestra mente con ideas falsas y quebrantar nuestra fe en las promesas de Dios.
Nacidos Ciegos
Aquellos que nacimos y vivimos sin ver más allá de lo que este mundo nos ofrece, convencidos de que todo se lograba por la fuerza de la voluntad, siendo esquivos al amor, el poder y la misericordia de Dios. Los que nacimos ciegos, veíamos al mundo como nuestro único y más grande propósito; nuestras fuerzas eran encaminadas y dirigidas a obtener ese “éxito” que los estándares del mundo nos había dibujado en la mente a través de la educación, la sociedad e incluso la herencia familiar. No involucrábamos a Dios en ninguno de los aspectos de nuestra vida, lo marginábamos completamente. Creíamos en un Dios, o tal vez no, pero éramos convencidos de su poca o casi nula injerencia en el destino de los hombres.
“Sólo por mi esfuerzo lograré el éxito”, “si no estudio o trabajo duro seré un don nadie”, “Dios no tiene nada que ver en esto”, “a los 20 debe estar en una universidad”, “a los 30 debo ser un excelente e importante ejecutivo”, “a los 40 debo estar casado y tener una bella familia”, “si no vivo en una casa grande y elegante pensarán que soy un fracasado”, ”yo nací para ganar no para fracasar”, “todo lo que he conseguido es gracias a mi esfuerzo, entrega y denuedo”, “yo soy el proveedor de mi casa, sin mi quedaríamos en la calle”, etc.
Con Vista Borrosa
Aquellos que aunque nacimos ciegos, fuimos alcanzados por el amor de Cristo y tocados por sus poderosas y hermosas manos, las cuales se posaron sobre nuestros ojos, mente y corazón para ser sanados. Aun cuando nuestros ojos fueron abiertos y la Palabra de Dios nos ha sido revelada y dada por alimento, nos sucede lo del ciego de Betsaida y vemos todo borroso. Conocemos la Palabra del Señor y sus promesas, nos nutrimos diariamente de ella pero aun no nos convencemos del todo. Tenemos una fe en ciernes y de vez en cuando giramos nuestra cabeza y posamos nuestra vista en el mundo que ha quedado atrás. Tener la visión borrosa es desesperante, pues sabes que algo está en frente tuyo, y aun cuando adivinas o sabes que es, te rehúsas a seguir tu marcha por miedo a estrellarte. Es en este punto cuando necesitamos ese segundo toque de Cristo y ser sanados y restaurados por completo, atendiendo claro está, a la advertencia de Jesucristo de no regresar atrás.
“Yo sé que Dios puede, pero dudo que Él quiera”, “Tal vez no soy tan valioso para Dios”, “En esta etapa de mi vida no creo que sea posible”, “Estoy pagando las consecuencias de mis malas decisiones”, “Ya me he esforzado lo suficiente y para nada”, “Sé que Dios me ama, pero tal vez no tenga todo eso para mí”, “Entiendo que Dios me puede restaurar, pero ¿cómo?”, “Ya no tengo el mismo ímpetu de mi juventud”, “Para que soñar si al fin y al cabo la voluntad de Dios se impondrá”, etc.
Deslumbrados
SI consultamos el significado de la palabra “deslumbrar” nos encontramos con dos acepciones. En una se define como el efecto que tiene una luz o un resplandor muy fuerte o intenso y que nos impide momentáneamente ver bien o de forma clara. Así mismo se define como una fuerte impresión causada por alguien o algo, o su lujo, esplendor o brillantez.
Seamos creyentes o no, siempre estaremos expuestos a que el mundo nos deslumbre con sus luces y brillanteces. Todos, seamos grandes o chicos, somos vulnerables a ser deslumbrados por las bondades que ofrece el mundo; poder, dinero, mujeres (y hombres), sexo, prestigio, bienes materiales, lujos, logros, galardones, etc.
“yo también me merezco eso”, “A caso es malo tener dinero”, “para qué estudié sino para ser alguien”, “No tengo nada, no haga nada, no soy nadie”, “¿Qué dirán de mi si saben que estoy en bancarrota?”, “Me lo merezco, para eso trabajé muy duro”, etc.
Cegados por el Dolor
John Bevere nos dice en su libro “La Trampa del Enemigo” que el diablo es sutil, se deleita en el engaño y puede disfrazarse de ángel de luz. Una de las carnadas más engañosas e insidiosas es algo que todo cristiano ha encontrado en su camino: las ofensas. En realidad, las ofensas en sí mismas no son mortales… si permanecen dentro de la trampa. Pero si las aceptamos y las consumimos y las hacemos entrar en nuestro corazón, entonces nos ofendemos. Y las personas ofendidas producen mucho fruto: dolor, enojo, ira, celos, resentimiento, contienda, amargura, odio y envidia (La Trampa de Satanás, John Bevere, pg. 11).
Algo que nos ciega casi que por completo es la ofensa, sobre todo cuando esta viene de alguien cercano, como nuestros amigos, nuestra familia e incluso nuestra iglesia. La ofensa digerida nos desvía completamente del camino de la Verdad, nos hace olvidar las enseñanzas de Cristo, nos separa momentáneamente de Dios, no hace caer en la trampa del enemigo y nos deja vulnerables.
“Pero si el ofendido fui yo”, “No entiendo por qué me hizo/dijo eso, y eso que es siervo de la iglesia”, “no regresaré a la iglesia, me choca la hipocresía de algunos”, “Pero como el líder el pastor no le dice nada”, “Cómo es posible que él/ella sea prosperado(a) si ha sido mal testimonio”, etc.
En general la ceguera espiritual, sea cual sea su origen, es un arma que el enemigo utiliza para convencerte de que no tienes nada, que estás condenado a una vida de decepción y frustración; toma tu ego maltratado y te dice que has sido engañado, que nada está funcionando bien en tu vida ni jamás lo hará. Cuando eres ciegos el enemigo te toma de la mano y te lleva por el sendero equivocado susurrándote al oído que:
a) No vales nada b) No eres importantes para Dios c) Las promesas de Dios no son para ti d) Ya no tienes nada que hacer e) Todo está perdido para ti f) Estás pagando la condena de tus malas decisiones g) No tienes talentos h) No tienes dones i) Eres un fracasado j) Dios puede pero no quiere bendecirte
El Señor nos dice en el libro de Isaías que no recordemos ni pensemos más en las cosas del pasado, pues Él va a hacer algo nuevo y que ya ha empezado a hacerlo, y resulta curiosa la pregunta que nos lanza, que más que ignorancia realmente es una recordación de lo ciegos que somos “¿no se dan cuenta? (Vr. 18-19).
A pesar de que Dios constantemente está haciendo y perfeccionando su obra en nosotros, no lo vemos “(…) Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados.” (Isaías 43:19 NVI). La ceguera no nos permite ver claro o más allá de nuestras narices. Cada cosa, cada evento, cada situación por adversa que parezca tiene un propósito, que “(…) Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, (…)” (Romanos 8:28)
Ponte los lentes del evangelio de Jesús, pídele al Señor ese segundo toque y comenzarás a ver todo con claridad. Te verás al espejo y verán a un hijo de Dios amado y perdonado. Comenzarás a darte cuenta de todas las cosas buenas que Dios hace a diario por ti, y de esas bendiciones que han estado ahí todo el tiempo: amigos files, familiares amados, habilidades, talentos y dones, el pan diario, flores y atardeceres, y un fiel Salvador cuya promesa de vida eterna no le puede ser quitada.
Una vez uses los lentes del evangelio de Jesús podrás ver que:
a) Tu Papá Omnipotente dispone de todo para tu bien (Romanos 8:28) b) La fe, la virtud, el entendimiento, el dominio propio, la constancia, la devoción a Dios, el afecto fraternal y el amor son los ingredientes perfectos para tu productividad (2 Pedro 1:5-8) c) Hacerlo todo con amor paga, pero debes tener fe y esperanza (1 Corintios 13:13) d) Con disciplina, constancia y perseverancia llegarás a la meta (1 Corintios 9:24-27) e) Dios siempre te oye, pero solo te escucha cuando pides que sea tu voluntad y no la tuya (1 Juan 5:14) f) El amor acaba aniquila todos los pecados y acaba con el rencor y la amargura (1 Pedro 4:8) g) Si todo lo haces para el servicio de Dios, para cumplir sus mandatos y agradarlo en gran medida, el éxito será tuyo (2 Crónicas 31:21) h) El Señor te reprende, corrige y disciplina porque te ama (Apocalipsis 3:19a) i) El Señor está enterado de todo lo que haces, piensas o dices. Sabe que en medio de la debilidad le has obedecido y nunca has negado conocerle. Y es por esto que Él te dará la oportunidad de servirle y nadie te lo podrá impedir. Él ha abierto la puerta y nadie podrá cerrarla, nadie. (Apocalipsis 3:8) j) En cada día Dios te dará la victoria (Deuteronomio 20:4) k) La salvación no es un premio por tus obras sino un hermoso regalo de Dios por su amor (Efesios 2:8) l) La fuerza de voluntad es perecedera. El poder del Espíritu es eterno (Gálatas 5:16) m) Dios recompensa a los que le buscan, no a los que buscan doctrina, religión, sistemas o credos (Hebreos 11:6) n) No basta solo con leer (Santiago 1:22)
Creerle a Dios es esperar que lo que viene es bueno (Frase matadora del Reverendo Silvano Espíndola).
“(…) Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.” (Juan 9:25b)