Hoy en día el tema de la disciplina en los hijos ha generado mucha controversia, y en especial, lo que se refiere a las forma que tenemos los padres de aplicarla.
En otrora, uno de los métodos usuales era “la chancla”, una herramienta de corrección utilizada especialmente por las madres. “La Chancla” pasó de ser un objeto a ser el nombre genérico con el que se denominada a cualquier artículo utilizado por nuestra mamá para aplicar la debida corrección y disciplina, fuera este un cinturón (de cuero doble cosido con chapa vaquera), una tablilla o la misma palma de la mano.
“Le voy a volear chancla”, era la voz de advertencia frente a una posible transgresión de las normas que regían el santo sacro lugar del hogar. Así las cosas, cuando alguno de los preceptos era violado, dependiendo del grado de la falta cometida y su impacto, el correctivo era aplicado en varias modalidades, entre las cuales recuerdo:
· La Chancla Ninja: la cual se trataba de una chancla lanzada contra el transgresor (Yo) y la cual alcanzaba una velocidad de cero a 100 Kilómetros por hora en tan solo 5 segundos.
· La Cancha Cucarachera: cuando el transgresor no advertía la proximidad del correctivo y era alcanzado por el largo brazo de la ley (mi mamá), el método instantáneo de defensa era arrojarse sobre la espalda y empezar a emular con las piernas los movimientos giratorios de una pedaleada. Era ahí cuando nuestra madres decía “ay donde me golpee, ay donde me golpee”, una voz que advertía la agravamiento de la pena a imponerse.
· La Chancla Sniper (Francodiradora): la justiciera (mamá) de manera tranquila y sosegada, daba tiempo al transgresor de lograr una distancia prudente entre este y ella, para luego, con suficiente precisión lanzar la chancla e impactar la espalda del objetivo.
Si hoy se hiciera un balance de aquellos niños de la época que fuimos disciplinados con una dosis moderada y justa de “chancla”, podremos ver que el porcentaje de aquellos que equivocaron su camino en la vida y se alejaron de Dios, su familia y de ellos mismos, es muy bajo.
Sin embargo, en la últimas dos décadas, hemos sido testigos de la degradación de la sociedad, de la ausencia de respeto de los niños y jóvenes hacia sus mayores o hacia aquellas figuras de autoridad en la sociedad. Y todo ¿por qué?, porque el ejercicio de la disciplina a los hijos mediante el uso de la vara (como se define en el libro sagrado) es un acto reprochado por psicólogos y maestros, y por extensión, por una sociedad cuyos valores y principios han estado en franco deterioro desde ya hace bastante tiempo.
Hoy en día muchos padres, cristianos y no cristianos, temen corregir a sus hijos utilizando la vara (“La Chancla), por miedo a ser denunciados e incluso a perderlos. No sobra dejar en claro, que no se pretende de ninguna manera patrocinar el abuso y/o maltrato infantil; el uso de la vara no debe ir más allá de un leve correctivo y no debe involucrar el exceso de fuerza hasta el punto de infringirles a estos hijitos de Dios algún tipo de daño físico exagerado o permanente.
Pero, ¿qué dice la ley de Dios, el gran libro, la Biblia, acerca de la disciplina?
Es sumamente importante imponer ciertas restricciones a nuestros hijos, así como una adecuada dosis de disciplina, la cual contribuya a su sano desarrollo y formación, de tal manera que en la edad adulta sean hombres rectos y sin tacha, perfectos a los ojos de Dios.
El Señor en Proverbios 13:24 nos dice que “No corregir al hijo es no quererlo; amarlo es disciplinarlo”. Así mismo dice en Proverbios 22:6 “Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará”. Ya lo dijo también el filósofo Pitágoras hace más de quinientos años “educad al niño y no será necesario castigar al hombre” invitándonos a reflexionar y a repensarnos en nuestro papel de padres y educadores.
Si tenemos en cuenta que la palabra educar, según el diccionario de sinónimos, también hace alusión a formar, instruir, aleccionar, ilustrar, adoctrinar, alfabetizar, guiar, dirigir, enseñar, orientar, perfeccionar, adiestrar, amaestrar, amansar, forjar, domar, encauzar, ejercitar, afinar, acostumbrar, es claro que incluso Pitágoras concebía el uso de la vara (“La Chancla”) en la educación de los niños, con el firme, loable y cristiano propósito de no tener que castigarlos en su vida adulta, cuando ya habrá poco o nada que hacer por ellos.
“No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá.” Proverbios 23:13-14 En algunos países la pena máxima a imponer a los transgresores de la ley, es la muerte, y con el pasaje que citamos anteriormente es claro que el uso de la vara oportunamente, incluso evitará que los hombres pierdan lo más preciado, su propia vida.
Para Dios, la disciplina reviste una gran importancia en la formación del cristiano y la consecución de su perfección, de esa perfección esperada por Dios: “Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad” (2° Timoteo 2:15).
Los niños que no son disciplinados crecen en rebelión, no tienen respeto por la autoridad, y como obvio resultado, no estarán dispuestos a obedecer y seguir a Dios. El Señor utiliza la disciplina para corregirnos y guiarnos por el camino correcto; así como para llevarnos al arrepentimiento de nuestras acciones
Nuevamente en el salmo 94:12-13, Dios señala que el fin último de aquel que no fue oportunamente corregido y se presenta no aprobado ante su presencia, es la muerte (sea esta física o espiritual); “Dichoso aquel a quien tú, SEÑOR, corriges; aquel a quien instruyes en tu ley, para que enfrente tranquilo los días de aflicción mientras al impío se le cava una fosa”.
Sin embargo, es prudente pedir a Dios guía en cuanto la justa administración de la vara como método de corrección a nuestros hijos, pues hay ocasiones en que los padres “pecan” por defecto o por exceso. Se dice que los extremos son dañinos, y en el primer de los casos, la pasividad lleva a un libertinaje absurdo por parte de los hijos, y en el segundo, sobrepasan el límite de la disciplina y llegan a terrenos del abuso y maltrato físico permanente (de un daño corporal o emocional). “La vara de la disciplina imparte sabiduría, pero el hijo malcriado avergüenza a su madre” (Proverbios 29:15)
Como reza la palabra en Hebreos 12:11 “Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella”. La disciplina de Dios es amorosa, como debe ser entre el padre y el hijo. El castigo físico nunca debe ser usado para causar un dolor o daño físico permanente, sino como un método coercitivo (Represivo o inhibitorio), para enseñar al niño que lo que hizo está mal y es inaceptable. Nunca debe ser usado sin control o para descargar nuestro enojo y frustraciones. “El hijo sabio atiende a la corrección de su padre, pero el insolente no hace caso a la reprensión” (Proverbios 13:1)
“El necio desdeña la corrección de su padre; el que la acepta demuestra prudencia” (Proverbios 15:5)
“El que ama la disciplina ama el conocimiento, pero el que la aborrece es un necio” (Proverbios 12:1)
La palabra lo dice en Proverbios 20:30 “Los golpes y las heridas curan la maldad; los azotes purgan lo más íntimo del ser”. Así pues, criar a nuestros hijos en la “disciplina y amonestación del Señor” incluye la disciplina correctiva, estableciéndoles límites, y sí, amorosa disciplina “Voleando Chancla” en su justa medida.
Finalmente, es deber de cada padre educar y corregir a sus hijos, y que sea Dios quien guie sus corazones para hacerlo de la mejor forma y de acuerdo con Su voluntad, que es buena, agradable y perfecta.