Amar a Dios es un deber cristiano que encontramos tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. Lo vemos en el libro de Deuteronomio cuando Moisés trasmite esta ordenanza al pueblo de Israel (Deuteronomio 6:5 NVI), lo vemos en los evangelios cuando uno de los fariseos le pregunta a Jesús “¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?” (Mateo 22:36-37; Marco 12:30 NVI; Lucas 10:27 NVI), ¿pero en realidad amamos o sabemos cómo amar al Señor?
La Palabra nos indica que existen cinco factores a tener en cuenta para amar a Dios:
1. El corazón
2. El alma
3. La mente
4. El Ser
5. Las fuerzas
El Corazón
De acuerdo con el DRAE corazón significa, entre otras acepciones de tipo anatómico, ánimo, valor, temple, buena voluntad, y en su acepción etimológica significa coraje (del latín cor). Corazón es un término que se usa figuradamente en las Escrituras para designar el centro, la totalidad o la esencia de todas las cosas o actividades. En particular para el pensamiento hebreo se refiere al centro de la personalidad del hombre, «Carácter», «personalidad», «voluntad» (Diccionario Bíblico Nelson). El corazón es la fuente de los motivos, de las pasiones e incluso de los procesos mentales, por eso Jeremías afirma que «engañoso es el corazón» (Jeremías 17:9). Es asimismo fuente de sabiduría y emociones (Proverbios 2:10), y fuente de la voluntad (Deuteronomio 6:5).
Por otro lado vemos en el Nuevo Testamento cómo el mismo Jesús y el apóstol Pablo usan el término para referirse a la fuente o asiento de los sentimientos, deseos, esperanzas, motivos, voluntad y percepciones intelectuales. De acuerdo con el Señor el hombre se comporta según lo que hay en su corazón, pues Él mismo le dijo a Samuel que el corazón no es tan engañoso como sí lo son las apariencias externas (1 Samuel 16:7). Dios se fija en lo que hay en nuestros corazones, limpia aquellos que se han arrepentido (Salmo 51:10) y los restaura (Ezequiel 18:31).
Cuando amamos a Dios lo debemos hacer con todas nuestras emociones, poniendo nuestra voluntad en ello, apasionándonos por Él y su plan hermoso para nosotros. Es tener cautivos nuestros sentimientos, deseos, motivos y pensamientos para Él. Es colocar todas nuestras esperanzas en Él. Es colocar nuestro corazón en sus manos para que sea moldeado conforme a su divina y perfecta voluntad. Es arrepentirnos de haberle fallado y empezar una relación real y filial con nuestro creador. Es mantener nuestro sentimiento fiel y firme hacia el Señor sin importar las circunstancias.
Al amar a Dios con nuestro corazón, debemos guardar y cuidar del mismo pues de él mana la vida (Proverbios 4:23) y todos los deseos, entregándolo al Señor sin perder de vista sus caminos (Proverbios 23:26). No olvidemos que Jesús dijo “Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8), y que Pablo en su epístola a los Efesios resalta que para poder comprender y experimentar el amor de Dios es menester que Cristo habite en nuestro corazón por fe (Efesios 3:17), pues finalmente es la paz de Dios lo que guardará el corazón del hombre, principio importante de la salud mental.
El Alma
En el diccionario de la Real Academia de la lengua se describe la palabra alma como sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos; viveza, espíritu, energía; aquello que da espíritu, aliento y fuerza a algo; persona que la impulsa o inspira.; excelente, benéfico, santo, digno de veneración.
En el Antiguo Testamento es traducción común del sustantivo hebreo nefesh (Suspiro, aliento, ser). De allí viene el sentido de «soplo» de vida como en Job 41:21 (aliento). El alma es la sustancia que le da vida al cuerpo “néfesh jayáh = ser viviente” (Génesis 1:20; 9:4), es la esencia de la vida, del ser como persona humana “néfesh adám = persona humana o vida humana” (Levítico 24:17; Ezequiel 27:13). Resulta interesante que en hebreo se utiliza esta palabra para referirse a la codicia o ambición por aumentar las posesiones materiales “Rejáv néfesh” (Proverbios 28:25), lo que permite entrever la fuerza del alma en las intenciones que nos mueven a hacer algo. Con el alma se ama, con el alma se odia.
Amar a Dios con el alma es ser inspirados por Él. Es conocerlo en profundidad, íntimamente. Es investigar lo revelado acerca de Él en la Sagradas Escrituras (David Hormachea, 2002). Es tener una relación íntima. Es entrar en verdadera comunión con Él, una relación estrecha y comprendida. Es tener claridad de lo que Él representa y de lo que demanda. Es ofrendar nuestra vida misma a su entero servicio.
La Mente
Según el DRAE mente se define como la potencia intelectual del alma; designio, pensamiento, propósito, voluntad; o conjunto de actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes, especialmente de carácter cognitivo. Para los filósofos griegos antiguos es la parte intelectual del alma. En la actualidad, se designa como mente a la sede de la vida psíquica.
El término griego más próximo al significado actual de mente es Vouç (Noûs). Los latinos utilizaron el vocablo mens. Los filósofos griegos y cristianos que emplearon este vocablo lo identificaban con la parte del alma que permite la actividad intelectual de la misma, así como el conocimiento. La mente es pues aquello que faculta a nuestra alma y cuerpo para tener pensamientos y recuerdos. Una mente nublada u ofuscada rehúye al éxito (Job 17:4), da pie a la insolencia y a la maldad (Job 20:2; Salmos 10:4) Una mente que no está conectada con Dios solo produce pensamientos improductivos (Salmos 94:11).
Amar con nuestra mente a Dios es amarlo con la razón, conscientes de quién es y de lo que representa en nuestra vida. Es querer conocer a aquel quien es objeto de nuestro amor. Es escudriñar acerca de su vida, sus actos, su historia, su pasado y presente. Amar con la mente es entender el sacrificio y el precio de sangre que pagó Jesús por nosotros en la cruz. Es aceptar que es nuestro Señor y nuestro salvador. Es buscar, encontrar, entender, aceptar y llevar a cabo el propósito que Él tiene para cada uno de nosotros. Es conectarnos con su mente, someternos a su voluntad. Es abandonarnos a sus deseos y sueños para nosotros. Amar a Dios con la mente es entregarle el control total de nuestros pensamientos (Salmos 139:23/19:14; Isaías 55:8-9; Filipenses 4:7).
El hombre que escucha la Palabra de Dios, la graba en la memoria, la atesora en el corazón y la pone en práctica recibirá del Señor su bendición (Jeremías 17:10).
El Ser
El ser se puede entender como la composición tripartita del hombre (espíritu, alma y cuerpo), o como la “cosa creada, especialmente las dotadas de vida; seres orgánicos” (DRAE). Si bien ambas posiciones pueden llegar a ser correctas o adecuadas, partiremos de la acepción que define al ser como la parte física u orgánica del hombre, aquellos que nos permite la interacción con los demás y el mundo que nos rodea.
Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19) y un regalo de Dios (1 Corintios 15:38). Nuestro cuerpo se ve fortalecido y lleno de salud y vida por las enseñanzas que vienen de Dios, por guardar sus mandamientos en nuestro corazón, por ser abanderados del amor y la verdad, por confiar en el Señor, por ponerlo delante de todos nuestros caminos, por huir del mal, por tener un corazón tranquilo, por la amabilidad de las palabras (Proverbios 3:1-8; 16:24; 14:30). Jesús sufrió en su propio cuerpo las consecuencias de nuestros pecados, Él pagó el precio inmerecido por nosotros, y ese mismo cuerpo fue resucitado por Dios para su gloria (1 Pedro 3:18).
Amar a Dios con nuestro ser (cuerpo) es consagrarlo para su obra, es darlo en ofrenda al Señor, manteniéndolo puro lejos de la inmoralidad sexual (1 Corintios 6:18; Levítico 15:16), limpio como el templo del Espíritu Santo que es. Es estar alerta y en oración evitando la tentación pues el cuerpo es débil (Mateo 26:41; Marco 14:38). Es controlar nuestro cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarnos llevar por los malos deseos (1 Tesalonicenses 4:4-5; Romanos 6:12). Es educarlo a través de buenos hábitos (1 Corintios 9:27). Es cuidar los que nuestros ojos ven (Mateo 6:22). Es mantenernos sanos cuidando lo que en nuestro cuerpo entra (Efesios 5:29). Es aceptándonos tal cual somos y administrando nuestro cuerpo como pertenencia de Dios dada a nosotros en préstamo (Santiago 1:17; Juan 3:27) como don o regalo divino (Génesis 2:7).
Las Fuerzas
Extrayendo los dicho por el Dr. David Hormachea en uno de sus libros, Debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas. Es decir, [con nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente] nuestro cuerpo. Amamos a Dios de esta manera cuando tenemos un amor práctico. Cuando cuidamos nuestro cuerpo que es el templo del Espíritu Santo. Cuando somos buenos mayordomos de nuestra vida.
Debemos pedir a Dios que nos ayude a identificar nuestras fallas y amarlo de la forma que Él lo desea:
• Algunos aman a Dios con la fortaleza de la mente pero con la debilidad de sus emociones: Son los que tiene el estudio de Dios como el fin de sus vidas y no como el medio para conocer más Dios y vivir conforme a sus mandamientos.
• Algunos aman a Dios con la fortaleza de las emociones y con la debilidad de la mente: estos son los que tienen una vida cristiana basada en emociones humanas y no en convicciones divinas.
• Algunos lo aman con la fortaleza de la voluntad y la debilidad de las emociones y de la mente: estos se convierten en los legalistas con fortaleza de seguir demanda aunque no conozcan profundamente la doctrina.
Pablo dijo “Pongan en práctica lo que de mí han aprendido, recibido y oído, y lo que han visto en mí, y el Dios de paz estará con ustedes.”. Nada ocurrirá por medio de nosotros si no ocurre primero en nosotros mismos (Hormachea). No podemos dar de lo que no tenemos. No podemos motivar a amar a Dios integralmente si no modelamos este tipo de amor en nosotros mismos.
“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” (Marco 12:30 NVI)
“Pero si desde allí buscas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, lo encontrarás” (Deuteronomio 4:29 NVI). “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele de todo corazón y con buena disposición, pues el Señor escudriña todo corazón y discierne todo pensamiento. Si lo buscas, te permitirá que lo encuentres; si lo abandonas, te rechazará para siempre.” (1 Crónicas 28:9 NVI). “En cuanto a ti, si me sigues con integridad y rectitud de corazón, como lo hizo tu padre David, y me obedeces en todo lo que yo te ordene y cumples mis decretos y leyes” (1 Reyes 9:4 NVI).